Los estadounidenses Proenza Schouler, recién llegados a la casa española, entendieron que no se trata de copiar la fórmula de Anderson, sino de continuar un gesto: el de volver al origen, al oficio, a la verdad del material.
En su debut, Loewe no habló de folclore, habló de territorio.De una España cantábrica, lluviosa, artesanal.De redes, cuero, mar y manos.De bolsos que no son objeto de deseo, sino símbolo de permanencia.
Como el Amazona, que reaparece más grande y más vivo, recordando que lo clásico puede reinventarse sin perder su alma.
En otro extremo de París, Rick Owens habló de resistencia, de esperanza.De vestir para sentir, no para mostrar.Una especie de espiritualidad del cuero y del metal que, lejos del espectáculo, devuelve al gesto creativo su peso humano.
Proenza Schouler entendió que la identidad no necesita ruido, solo coherencia.Como Schiaparelli en el Pompidou, que reivindicó la pausa frente a la cultura del scroll infinito.O como Issey Miyake, que imagina prendas que cobran vida, desafiando la rigidez de lo humano.O Vetements, que convierte la provocación en una forma de pertenencia colectiva.
Todos, desde lugares distintos, están dibujando un nuevo mapa:uno en el que la emoción sustituye al hype, la artesanía al algoritmo y el propósito al espectáculo.
Dueñas forma parte de ese mismo pulso,el que une lo hecho en casa con la mirada contemporánea.Nuestros bolsos no buscan ser vistos por todos, sino comprendidos por quienes saben mirar despacio.Cada puntada, cada piel, cada forma tiene algo de rito y algo de raíz.
El gesto de volver al origen no es conservador: es revolucionario.Porque, en un mundo que acelera sin dirección, frenar es una forma de avanzar.El deseo ya no se construye con exceso, sino con intención.
El cambio no es tendencia.Es una nueva manera de estar en el mundo.Y Dueñas, desde España, la escucha con calma.