Historia de Raúl
Crecer en un pueblo pequeño siempre trae consigo una lupa que magnifica las diferencias. Para mí, ser abiertamente gay en ese entorno supuso un contraste constante entre lo que era y lo que el resto esperaba.
Afortunadamente, mi experiencia no se cubrió de la oscuridad del acoso, pero sí de las molestias cotidianas: las burlas esporádicas, los comentarios que, aunque leves, te recuerdan que no encajas del todo en el molde.
Sin embargo, esas pequeñas fricciones nunca lograron hacerme daño. Si algo me ha caracterizado siempre ha sido mi personalidad fuerte e independiente. Yo ya sabía quién era, y esa convicción interna actuó como un escudo impenetrable. Las críticas externas rebotaban, porque mi verdadero soporte nunca estuvo en la aprobación del exterior.
Ese soporte vital se lo debo, en gran medida, a dos pilares esenciales: mi familia, que fue un diez en aceptación y amor incondicional, y al círculo de amigos maravillosos que me rodeó. Ellos me dieron la base para construir una autoestima tan sólida que ningún chismorreo de pueblo podía desmoronar.
El verdadero punto de inflexión llegó a los veinte años, con la mudanza a la ciudad. No fue una huida de algo malo, sino un despliegue hacia algo más grande. La ciudad no me hizo libre ,yo ya me sentía libre internamente, sino que me proporcionó el escenario perfecto para manifestar esa libertad. Fue allí donde pude, por fin, desarrollar mi creatividad (moda, teatro, pintura) sin los límites invisibles del pueblo y sentir una libertad social que transformó mi vida.
Mi historia, vista en retrospectiva, es la de una victoria tranquila: la de haber creado una fortaleza interior en un lugar cerrado para luego, en la amplitud de la ciudad, poder florecer plenamente y ser, sin reservas, quien siempre fui.
Mi vida no solo se define por dónde he estado o a quién he amado, sino también por aquello que me atrae y me inspira. En mi mundo visual conviven dos fuerzas aparentemente opuestas: la limpieza y la esencia del arte minimalista, y la fuerza cruda y honesta del brutalismo. Esa misma dualidad la encuentro en las ciudades que me fascinan. Adoro la mezcla de lo bohemio con lo moderno que se respira en lugares como Berlín o Barcelona.
Paradójicamente, aunque mi alma oscila entre el arte y la reflexión, mi vida laboral siempre se ha centrado en la interacción directa: he trabajado de cara al público la mayor parte de mi vida. Esta experiencia me ha pulido en habilidades sociales, pero ahora siento el llamado a algo diferente, un nuevo camino que todavía estoy explorando y que no sé a dónde me llevará. Es un momento de transición incierta.
En el amor, el camino no ha sido fácil. No he tenido mucha suerte en el sentido tradicional, pero sería injusto resumirlo así. Cada experiencia, incluso las fallidas, me ha permitido conocer personas excepcionales que han enriquecido mi vida. Y lo más importante: me han enseñado a valorar la paz.
Por eso, hoy en día, he aprendido a vivir y disfrutar mi soledad. Es un espacio elegido, no impuesto; un refugio donde encuentro claridad y me permito ser creativo, lejos del ruido.
Ser Dueñas es justamente eso:
atreverse a tomar decisiones,
a creer en uno mismo,
a dejar salir el valor que siempre estuvo ahí.
Raúl lo hizo.
Y en su historia, todos encontramos un pedacito del nuestro.