No hubo zombies.Ni teorías locas llenando redes.Solo una pausa incómoda.Como cuando haces scroll sin saber qué buscás.Y en esa pausa, lo que creíamos muerto —lo analógico, lo lento, lo simple— volvió a respirar.Las radios a pilas —esas reliquias que sobreviven en gasolineras— se volvieron oráculos.La gente se arremolinaba a su alrededor como si fueran fogatas modernas.Por unos minutos, todos escuchábamos lo mismo.Sin filtros. Sin stories. Sin fingir.
Y entonces lo notamos.Habíamos olvidado cómo se siente hacer algo sin interrupciones.Esperar sin ansiedad. Hablar sin datos. Existir sin testigos.Estamos conectados a todo… menos a nosotros.Y en medio de tanta señal, vivimos en modo avión.
Intentamos llenar el silencio con playlists eternas, series que no terminamos, pantallas dobles.Pero aún así, seguimos buscando algo que nos calme.
Volver a lo manual no es retro. Es supervivencia. Con estilo.Como en la pandemia, mis hobbies manuales me volvieron a salvar.Sé estar sola. Sé usar las manos. Y eso —en medio del ruido— es un superpoder.
No se trata de volver al pasado.Es recordar que tenemos cuerpo, no solo cabeza conectada al Wi-Fi.Escribir con boli. Pintar sin subirlo. Arreglar algo sin buscar un tutorial.Es bajarle el volumen al mundo, aunque sea por un rato.
Volver a lo manual no es nostalgia.Es decir: no entiendo qué está pasando, pero aquí estoy.Es moverse en el caos con paso lento. Sin mapa. Pero con intención.
Más humano. Más real. Más tú.
Y quizás lo más importante:Volver a escuchar.A otros. A uno mismo.A ese silencio raro que queda cuando todo se apaga……y, por fin, algo dentro se prende.
Fueron 12 horas sin luz.Y cuando volvió, también volvió la crispación.Las teorías. La ansiedad disfrazada de información.Una corriente eléctrica que no sólo activó los enchufes, sino también el miedo.Como si no soportaramos la calma.Como si desconectarnos un rato fuera más peligroso que cualquier apagón.